lunes, 13 de octubre de 2014

Buenos Aires y el tango

Fuente: Nuestro Barrio Web

Marca imborrable en nuestra radiografía social

El tango nace en los arrabales. De la pareja esquinera de varones danzantes, cuya demostración era frecuentemente interrumpida por la llegada de la policía, el tango pasa a escucharse en los lugares más disímiles en los que se refiere a moralidad y concurrencia: las romerías españolas, los cafés y los piringundines, hasta alcanzar los salones, el patio del conventillo, el cabaret y la casa de familia, en una conquista avasallante. El gran número de inmigrantes, hombres solos, desarraigados, actúa como motor para acrecentar un negocio muy redituable, la prostitución. Y el tango no es ajeno a ello. Uno de los sitios más famosos de la mala vida de la ciudad fue el de la calle del Pecado o del Aroma donde hoy esta emplazado el Ministerio de salud y desarrollo social (ex Ministerio de obras públicas), en Avenida 9 de Julio y Moreno. En los patios de los prostíbulos, en las amplias antesalas y como complemento de la actividad principal de la casa, las pupilas tenían por costumbre bailar con la clientela. La reunión, que se iniciaba al anochecer y continuaba hasta la madrugada, era amenizada por músicos que tocaban de oído algunos temas populares. Formaban dúos o tríos compuestos, en un comienzo, por guitarra, flauta y violín. Con el tiempo, ingresaron organitos a algunos burdeles suburbanos y, los de mayor categoría, incorporaron el piano. A su vez, los más modestos, apelaron a las pianolas que no necesitaban ejecutante. Y fue esa mixtura de baile y prostitución la que impulso la creación poética y musical de temas prostibularios. Un tango que se llamó “Dame la lata” donde se contaba la vida del prostíbulo. A las “señoritas” se les asignaba un número y cada caballero que la visitaba recibía una lata por parte de la madame con el número de la señorita que indicaba que ya había pagado por sus servicios.

Continuando con aquellos sitios donde el tango fue y es protagonista en una gran metrópolis, con su eje vertebral en la avenida Corrientes, llena de cines, teatros, salas de espectáculos, restaurantes, abiertos hasta bien entrada la madrugada, dan a Corrientes el adjetivo de ”la que nunca duerme”. Tan ligada al tango y al sentir porteño. A partir de 1934, al establecerse el sábado inglés, aumentó la afluencia de jóvenes hacia la zona céntrica. Pasó a ser la encrucijada de la vida nocturna y tanguera. En los años 20 se iba a bailar el tango al “Chantecler” que fue un cabaret; estaba situado en la calle Paraná entre Corrientes y Lavalle. Una avenida que fue inspiración de diversos tangos, entre ellos: A media Luz, Calle Corrientes, Corrientes Angosta, Tristezas de la calle Corrientes. Por iniciativa de Ben Molar (compositor y representante de artistas) se colocaron, en cuarenta esquinas de la avenida Corrientes, placas de bronce con el nombre de reconocidas figuras del tango. Los cabarets como “El Tabaris”, de Corrientes y Suipacha, y el “Marabú” fueron lugares de actuación de Francisco Canaro, Aníbal Troilo, Carli Di Sarli.  Las coperas amenizaban el ambiente. Se vestían de Soirée y acompañaban a los solitarios concurrentes. Sus tragos casi siempre eran una mezcla de agua con colorante, porque eran chicas de clase. Se dice que muchas de ellas lograron atrapar a más de un conocido y casarse con ellos. De su baja cuna, a su encumbramiento como baile en los salones aristocráticos, el tango recorrió un curioso camino de ida y vuelta. Para sus primeros años los “niños bien” de Buenos Aires no tenían reparos en bajar a los arrabales para divertirse, bailar y, de paso, levantarse alguna mina o alguna “milonguita”. Y para acercarse a la mujer no conocida, nada mejor que el tango. Por supuesto, el tango no era aceptable en sus casas, ni bailable con las señoritas de su ambiente y por esta razón permaneció durante muchos años como algo marginal y de clase baja. Entre los mejores bailarines se lucían “los niños bien” como Ricardo Guiraldes, Florencio Parravicini, Jorge Newbery, entre los más antiguos. Pero seguía restringido en los salones de las clases altas. Sin embargo, los viajes de estos patricios a Europa, especialmente a París, fueron el desencadenante. Buenos Aires, se miraba a París, y la aristocracia porteña quería hacer de la Gran Aldea, “La París de Sudamérica”. Los padres de estos niños bien para preservarlos de la barbarie que significaba vivir en Buenos Aires, con sus arrabales, su gente y su música prostibularia, pensando que podían contaminarlos, no encontraron mejor salida que mandarlos a estudiar a París, sin saber que encontrarían en la capital francesa la comprensión que ellos les negaban. Todas las expresiones culturales del mundo pasaban por la ciudad luz, Músicos de Jazz, entre otros, eran hasta que llegó el Tango la máxima atracción del pueblo parisino. Pero cuando conocieron el Tango y su forma de bailarlo estrechando los cuerpos, en cortes y quebradas que delineaban en lo sensual, se olvidaron rápidamente del Ballet Ruso y el Jazz, y todos querían aprender este baile tan seductor. A partir del triunfo del Tango en esas lejanas tierras, la alta sociedad comenzó a aceptar, en cierta forma esta música que daba lustre a nuestro país. Desde épocas pasadas y subsistiendo a los cambios culturales es válido destacar que en los últimos años el tango se ha difundido bastante en las generaciones más jóvenes, afirmando la vigencia de un género acosado por los vaivenes de su trayectoria. Inmerso en épocas de éxitos o debiendo sortear la indiferencia del público, el tango estuvo siempre presente, dejando una marca imborrable en nuestra radiografía social.

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