Fuente: Nuestro Barrio Web
Marca imborrable en nuestra radiografía social
El tango nace en los arrabales. De la pareja esquinera de varones danzantes, cuya demostración era frecuentemente interrumpida por la llegada de la policía, el tango pasa a escucharse en los lugares más disímiles en los que se refiere a moralidad y concurrencia: las romerías españolas, los cafés y los piringundines, hasta alcanzar los salones, el patio del conventillo, el cabaret y la casa de familia, en una conquista avasallante. El gran número de inmigrantes, hombres solos, desarraigados, actúa como motor para acrecentar un negocio muy redituable, la prostitución. Y el tango no es ajeno a ello. Uno de los sitios más famosos de la mala vida de la ciudad fue el de la calle del Pecado o del Aroma donde hoy esta emplazado el Ministerio de salud y desarrollo social (ex Ministerio de obras públicas), en Avenida 9 de Julio y Moreno. En los patios de los prostíbulos, en las amplias antesalas y como complemento de la actividad principal de la casa, las pupilas tenían por costumbre bailar con la clientela. La reunión, que se iniciaba al anochecer y continuaba hasta la madrugada, era amenizada por músicos que tocaban de oído algunos temas populares. Formaban dúos o tríos compuestos, en un comienzo, por guitarra, flauta y violín. Con el tiempo, ingresaron organitos a algunos burdeles suburbanos y, los de mayor categoría, incorporaron el piano. A su vez, los más modestos, apelaron a las pianolas que no necesitaban ejecutante. Y fue esa mixtura de baile y prostitución la que impulso la creación poética y musical de temas prostibularios. Un tango que se llamó “Dame la lata” donde se contaba la vida del prostíbulo. A las “señoritas” se les asignaba un número y cada caballero que la visitaba recibía una lata por parte de la madame con el número de la señorita que indicaba que ya había pagado por sus servicios.